jueves, 10 de enero de 2013

Messi: Cuando el cuero vale más que el oro.


Ahí está, sentado en su butaca, ataviado como nunca, impaciente, con ganas de juntarse con su novia de toda la vida: la pelota.

Fabio Cannavaro, otrora Balón de Oro en una época donde el fútbol todavía no había sido reinventado por la sinfónica de Pep Guardiola y su más notable solista, abre el sobre y pronuncia su nombre.

Sonríe, en una mezcla entre alegría y nervios, porque sabe que en unos segundos va a estar ahí arriba, frente a todos. Frente a leyendas del fútbol que antes estuvieron en su lugar, pero que nunca podrán estar a su altura. Sabe que los Platini, los Beckenbauer, los Ronaldo (el original, el único fenómeno) van a estar atentos a lo que diga y van a esperar a que termine para ponerse de pie y aplaudirlo. Sabe que alrededor del mundo, hay miles de personas esperando sus palabras. Tímidas, inocentes, simples.

Una vez más, el planeta fútbol lo ha reconocido como el mejor de su especie, como el último salto evolutivo de la vida futbolística. Dicen que ha llegado a la madurez como jugador. Sin embargo, él parece querer permanecer en la infancia, en esa etapa donde todo es asombro, descubrimiento, diversión, pero por sobre todas las cosas, juego.

Le dan al fin su cuarto balón de oro consecutivo. Lo mira, está contento, pero no se lo nota pleno. Tal vez porque a él le gusta más ese balón hecho de cuero (sí, es un anacronismo, pero aún sirve) con el que se divierte y nos maravilla cada 3 días.

Lo mira, dorado, resplandeciente, macizo y no puede dejar de sentir una cierta decepción al notar que con ese balón no puede jugar, no lo puede patear, no puede inventar. Sabe que nunca estará en sus pies, sino que permanecerá para siempre en su vasta vitrina de trofeos.

Habla. Agradece a los que lo votaron, a sus compañeros, a su familia, a su hijo. No quiere estar allí, no quiere fotos ni que la gente se ponga de pie para aplaudirlo.

Quiere estar en una cancha. Pateando un balón de cuero, que para él es como de oro.


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