jueves, 14 de marzo de 2013

El Hombre que asustaba Trainees (3° Parte, Capítulo 1)


Después de 3 semanas de vacaciones, 2 feriados puente y 1 licencia psicológica (?) Mariano al fin volvía a trabajar. Lleno de energía, ese día madrugó y llegó temprano a la oficina, a eso de las 11.15 hs.

Como era de esperar, la mayor parte de la agencia ya se encontraba trabajando hace rato: Cuentas, Planning, Medios, Seguridad, incluso los de Limpieza. Como también era de esperar, el departamento Creativo se encontraba semidesierto, excepto, claro, por la presencia de nuestro querido antihéroe (?).

Disfrutando de la soledad, Mariano prendió los parlantes de la compu (herencia del último director creativo, quien en el día de su despido se los legó, aunque en un confuso episodio que incluyó frases como "Hijo de puta, a vos te tendrían que haber echado, redactor mediocre, te voy a romper la cara"), elegió un tema de la colección "Música para hipoacúsicos" y se puso a chequear la pila de mails que se habían acumulado en los últimos meses.

De manera muy aplicada y ordenada, Mariano recorrió los asuntos y remitentes de los diversos correos y, una vez terminado el chequeo y sin abrir ninguno de ellos, eliminó todos los mensajes mientras mantenía apretada la tecla "shift" del teclado, asegurándose así de que no llegaran a la "papelera de reciclaje", herramienta maldita para muchas personas inseguras, quienes suelen arrepentirse y restaurar archivos que lo único que hacen es limitar la capacidad de almacenamiento de cosas realmente útiles como juegos en red, pornografía, música, fotos de personas stalkeadas y más pornografía.

La mañana, que para la mayor parte del proletariado ya se parecía bastante a un mediodía, transcurría sin novedades (la mayoría habían sido enviadas por mail y, por ende, borradas) hasta que un lumpen con aires de bohemio (ya que su olor era por demás fuerte y repulsivo) ingresó por la puerta y, sin mediar saludo alguno, se sentó a dos escritorios del espacio de trabajo (aunque también de descanso, entretenimiento, almuerzo y cena) de Mariano.

Sorprendido por lo que él consideró una falta de respeto, Mariano se acercó sigilosamente al escritorio del odoroso bambino y lo increpó:

- Che, por si no sabías, al entrar se saluda a los presentes.
- Uh, disculpame, es que yo siempre miro al futuro. - una pequeña sonrisa cómplice asomó de su cara.
- Aaaah... sos uno de esos, ¿no? - Mariano lo cazó al vuelo. - ¿Te gustan los jueguitos de palabras? Seguro sos redactor...
- Sí. - el pendejo ahora sonreía orgulloso.
- ... y también un pelotudo. - remató, lacónico, Mariano.

La sonrisa del pibe desapareció rápidamente, al igual que el sueldo de Mariano al llegar el resumen de la tarjeta. En ese mismo instante, nuestro redactor estrella vio una nueva oportunidad para continuar su cruel reyerta contra los trainees, esos seres abominables, llenos de esperanza, sueños y ansias de ver su nombre impreso en una estatuilla... y en un recibo de sueldo también.

- Che, ¿y vos también sos uno de esos de los que se creen que porque estudiaron en una "escuelita de publicidad" piensan que van a ganar miles de premios y un montón de guita de una manera fácil? - Mariano nunca había hecho una pregunta tan larga desde que vio a sus padres en la habitación semidesnudos y disfrazados de Hansel (la madre) y Gretel (el padre) una noche de repentino insomnio.
- Claro que no. - respondió el trainee, terminante. - Yo soy Licenciado en Letras. - dijo orgullosamente. Sólo le faltó ponerse de pie y colocar la mano derecha en la zona de su corazón mientras pronunciaba esas palabras.
- Aaaah, pero entonces no sos redactor. Sos diseñador... o tipógrafo ¿no? - Mariano sabía que, aunque sarcástico, el chiste no era del todo bueno. Igual, no lo lamentaba... recién llegaba de sus vacaciones y todavía estaba un poco "oxidado".
- Je, es bueno, es bueno. - el púber intentaba ser condescendiente. - Como te dije, estudié Letras y, como me gusta mucho escribir, al graduarme traté elegir una profesión que me permita expresarme de manera creativa y que también me permita ganar algo de plata.
- Bueno, trabajando en publicidad te va a costar conseguir eso... me refiero a ambas cosas. - Mariano estaba empezando a entrar en calor.
- Sí, entiendo. Igual yo quiero hacer plata no para comprarme una casa en la playa o un auto importado...
- Aaaah, eso es tan noventoso... - suspiró Mariano, recordando las mejores épocas del negocio publicitario.
- ... sino para poder editar mi libro de poemas y cuentos cortos. - concluyó el ahora proyecto de artista.

Mariano estuvo a punto de soltar una gran carcajada, pero sin embargo se contuvo. Algo en su mente había hecho un "click". Un recuerdo repentino, intruso, tomó su ser por completo. En ese instante, Mariano recordó su propio proyecto juvenil, cuando quería convertirse en un famoso escritor de cuentos cortos y juntar el dinero necesario para publicar su primera obra. También pensó en lo injusto que resulta el mercado editorial, donde los escritores deben solventar sus primeras publicaciones mientras que las editoriales se sientan a esperar que aparezca el próximo Mark Twain o Bernardo Stamateas (?) para poder llenarse de dinero gracias a su arte.

En medio de la remembranza, Mariano también dilucidó la verdadera razón por la cual nunca pudo ni siquiera empezar a hacer realidad su sueño. La razón era la Publicidad, esa seductora, divertida, engañosa, traicionera y desagradecida profesión que, como toda "mala" de novela venezolana, se las ingeniaba para capturar al protagonista con sus telarañas invisibles y nunca más dejarlo ir.

El Mariano joven prefirió escuchar los hipnóticos cantos de esta sirena mercantilista antes que los insulsos llantos de la literatura. Prefirió la moneda antes que la bohemia. Optó por las mieles de la fama antes que por la amargura del anonimato. Quiso disfrutar el hecho de colarse en eventos festivaleros antes que dar charlas en salas semivacías dentro facultades públicas del conurbano profundo. Sin embargo, era eso lo que ahora le generaba un rencor y una amargura que casi no podía soportar. Y digo "casi", porque gracias a dios, todavía existían los trainees.

Y allí se dirigía nuestro Ulises de oficina, rumbo a esa tarea psicológicamente necesaria y devastadoramente placentera que era asustar trainees. Se acercó al esbozo de literato y, sin mediar palabras, le arrojó un borrador del libro que una vez soñó con publicar. El trainee lo miró estupefacto, no por la sorpresa que le generó la acción de Mariano, sino porque el borrador golpeó accidentalmente su taza de café, derramando el líquido por todo el escritorio y arruinando unos textos que nuestro púber creativo acababa de escribir.

- Uuuh... perdoname master, fue sin querer. - se disculpó falsamente Mariano.
- Está bien, no pasa nada. Eran sólo unos textitos, unos poemitas que acababa de escribir. Nada del otro mundo. - dijo el trainee, como si no le importara.
- Bueno, igual son recuperables. Dejame que llevo la hoja y la pongo debajo del secamanos del baño. En un minuto te traigo "tu arte". - el show del sarcasmo acababa de empezar.

Dicho y hecho, en un corto trecho, Mariano llevó al baño el papel maltrecho y a la situación le puso el pecho. Diez segundos antes de lo previsto, estaba depositando la hoja, manchada pero seca, sobre el escritorio del trainee.

- Acá tenés. Te digo la verdad, leí un poquito lo que escribiste y me pareció brillante. - Mariano fingía muy bien su simpatía, todo por el hecho de lograr que el trainee renunciara al final del día.
- Bueno, muchas gracias.
- Creo que deberías dedicarte a esto antes que a la publicidad. En serio te digo. - Mariano sentía que él podría haber sido el sucesor de Alfredo Alcón.
- Mmm... no sé. Para mí es como un hobby ahora. - el trainee la jugaba de escéptico.
- Un hobby hoy, una fuente de riqueza mañana.
- Puede ser, pero hoy me atrae más la publicidad. Tiene ese no se qué...
- Jajaja... todo el mundo dice lo mismo, pero nunca nadie termina sabiendo qué es ese "no se qué". Pero me parece bien que quieras probar suerte en publicidad, así te das cuenta que tu verdadera vocación es la literatura. De hecho, tengo un lindo brief para pasarte. Vení a mi escrotorio. - Mariano sonreía por dentro, sabiendo que las palabras "lindo" y "brief" nunca podrían ir juntas en una misma frase.

Mariano le entregó al trainee una hoja que claramente había sido usada para limpiar una suela llena de caca de pequinés africano y le explicó brevemente el pedido.

- El cliente es una compañía de alimentos que quiere reposicionar sus conservas de atún y acercarlas al público infantil. Por eso inventamos una serie de personajes caricaturescos llamados "Looney Atunes". - Mariano todavía no podía creer cómo el cliente pudo aprobar esa idea. - ¿Tu trabajo? Crear una serie de guiones para TV, de 10 segundos aproximadamente, donde se vea a estos personajes comiendo el producto y hablando de sus características. ¿Entendido?
- Perfecto. - respondió muy seguro el trainee.
- Ah, otra cosa. Los guiones también deberían funcionar con actores, por si no llegamos a tiempo con las animaciones de los personajes.
- Ok.
- Y lo último. Calculale 3 segundos para una placa de cierre y otros 3 para una intro locutada. - Mariano sabía que este último "añadido" iba a poner las cosas más divertidas.
- Está bien. - dijo el trainee, despreocupado. - Ya me pongo con esto. Calculo que en 2 horitas te puedo estar mandando los guiones...

Mariano no esperaba esa reacción. Por lo general, ante un pedido tan descabellado, los trainees (y la mayoría de los creativos) se indignan, comienzan a patalear, algunos gritan desaforados y los más blanditos se largan a llorar. Muy pocos tenían los huevos como para renunciar. De hecho, estadísticamente, los más propensos a esta última reacción eran los trainees, quienes valientemente dejaban su puesto de trabajo y daban el portazo, tal vez porque les daba lo mismo trabajar gratis que quedarse en su casa armando una carpeta robando refes de "Ads of the World". En ambos casos, el dinero no era parte de la ecuación.

Por primera vez desde que se propuso exterminar a esta contagiosa pandemia de creativos jóvenes sin rumbo y sin beneficios sociales, Mariano sentía que se encontraba frente a un desafío complejo. Un jeroglífico relacional que lo desafiaba a superar sus límites y a encontrar nuevas formas de arruinar la profesión de estos retoños creativos que buscaban llevarse el mundo por delante y que, como es de imaginar, la mayoría de las veces se daban un porrazo bárbaro.

Mariano sintió un poco de miedo también. Miedo ante lo desconocido, lo improbable y lo posiblemente imposible. La última vez que había experimentado esa sensación fue cuando tuvo una entrevista en la agencia internacional más importante del país. Aquella vez no había terminado bien, ya que quien lo entrevistó creía que él había aplicado para el puesto de cafetero junior (turno noche) y no para el de redactor semi-senior. Si bien el sueldo era casi el mismo, Mariano decidió desechar la oferta.

Ahora, una nueva prueba para su creatividad (y su sarcasmo) se interponía en su camino. Como aquella editorial que truncó su sueño literario. Como aquel gerente de RRHH que confundió su aplicación laboral. Como aquella vieja que cruzó la calle con el semáforo en verde.

Mariano sabía que debía poner lo mejor de sí mismo para lograr su objetivo. No podía fallar. No quería fallar. Este trainee, como la vieja distraída, no iba a salir ileso de esta.

Continuará.

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